Cultura
La Vecina del Quinto
Leonor Gómez Perán. Periódico EL LORQUINO. 30/06/2016
Vivimos en un mundo de apariencias y se podría decir que cuán ciego es aquél que no ve por tela de cedazo como señala don Quijote, aún así considero que es complicado debido al bombardeo de información a que estamos sometidos.
Baquílides ya dijo que las excelencias de los hombres son innumerables, comparto este punto de vista y que somos camaleónicos también, junto con nuestra capacidad de adapación. Quién no tiene a alguien en su círculo que no piense que la mona aunque se vista de seda, mona se queda y como a mona la miran.
Componiendo y enmendando este discurso, recuerdo a Valeria Mesalina, emperatriz romana de los años 41 a 48, esposa de Tiberio Claudio César Augusto Germánico, sí, aquél Claudio de la dinastía julio-claudia que “fue conocido por sus parientes, amigos y colaboradores como –Claudio el Idiota-, -Ese Claudio-, -Claudio el Tartamudo-, -Cla-Cla-Claudio- o –El pobre tío Claudio-”, como nos recuerda Robert Graves en su novela Yo Claudio y tras la muerte-asesinato de su sobrino Calígula consiguió el poder imperial de manera inesperada con el apoyo de la guardia pretoriana que por azar del destino fue encontrado, al ver sus pies asomar, ocultándose detrás de una cortina.
Es curioso las vueltas que da la vida, Tiberio Claudio, parafraseando de nuevo a Robert Graves, el tullido, el tartamudo, el tonto de la familia, a quien ninguno de sus ambiciosos y sanguinarios parientes consideraban digno de la molestia de ejecutar, envenenar, obligar a suicidarse, desterrar a una isla desierta o matar de inanición, maneras en las que se fueron eliminando los unos a los otros, empero los sobrevivió a todos.
Retornando a nuestra querida doncella Mesalina, ejemplo de virtud, contrajo matrimonio con Claudio muy joven, con quince, dieciséis años, mientras él contaba con unas treinta primaveras más que ella, bajo su aparente fragilidad, hermosura, esbeltez, se ocultaba una mujer ambiciosa, cuyo grado de lascivia y desprecio llevó al culmen. Baste como ejemplo la afirmación de sus no-amigos que hacía referencia al alquiler que tenía de una celda en uno de los burdeles de Roma al que acudía con el nombre de Lycisca para satisfacer sus apetitos carnales, terminados sus quehaceres, nuestra loada vecina del quinto, regresaba a palacio. Aún así, cumplió con su deber como matrona y le dio dos hijos a Claudio, Británico y Octavia.
Llevó una vida desenfrenada, se imbuía en el crimen, consiguió que Claudio hiciera matar a Julia, hija de Germánico y a Julia, hija de Druso, al tiempo, se le atribuyeron un gran número de amantes, y para completar este curriculum vitae, en el año 48 casó con Cayo Silio, en posible complot contra Claudio. Con estos antecedentes el desenlace de su vida no podía ser positivo; Narciso, liberto del emperador, la denunció a éste y fue asesinada con veinticuatro años de edad. Vuelvo al poeta Baquílides de en torno al año 507 a. C.
Y hago hincapié en la que consideraba excelencia suprema del homo, la primordial, aquella que dirige con justa mente su destino. Ya decía Miguel de Cervantes por boca de Sancho Panza que todos estamos sujetos a la muerte, y que hoy somos y mañana no.