Internacional
¿Te gustaría recorrer de noche y a ciegas un cementerio del siglo XIX?
Necroturismo en Quito: La experiencia de recorrer en la noche y a ciegas un cementerio del siglo XIX
«Pueden tocar cualquier cosa, desde los ataúdes que han sido recién exhumados, huesos, las rosas, agua podrida de los floreros», dice una de las organizadoras.
A las 18:00 horas (local) del sábado 12 de enero de 2019, una fila se formó en la entrada del cementerio El Tejar, en la calle El Retiro, sobre el Centro Histórico de Quito, capital de Ecuador.
Los asistentes aguardaban, mientras comenzaba a oscurecerse, por los integrantes de Quito Post Mortem, un grupo que brinda servicios de necroturismo (visita a los cementerios con finalidad turística) y turismo nocturno y a oscuras en sitios con pasado histórico y estigmatizados.
A las 18:30 la espera acabó. Alexandra Ortega, coordinadora de Quito Post Mortem, vestida de negro, con manta en la cabeza, se acercó a los asistentes. Recordó, como decía la convocatoria en redes sociales, que se trataba de un recorrido «a ciegas». «Están a punto de entrar a un lugar al que agradecemos su respeto, quien se tome a burla lo que haremos, será sacado», advirtió.
Aunque los asistentes acudieron con sus parejas, amigos o grupos familiares, Ortega aclaró, ante el asombro de los arriesgados, que la selección para ingresar al cementerio es «aleatoria», porque se trata de «una experiencia personal». También señaló que si alguno llegara a sentirse mal o tuviera alguna incomodidad, la palabra clave para hacerlo saber es «cruz».
A ciegas
La chica fue llamando uno a uno, escogió de adelante, atrás o el medio de la fila, sin importar con quien estuviera acompañada la persona, todos respetaron su decisión y acudieron a ella al momento del llamado. La joven puso una venda negra en los ojos a cada participante y algún ayudante tomó al turista de la mano y lo condujo al interior del camposanto.
Una vez en el interior, totalmente a ciegas, los asistentes comenzaron a oír música sacra y a palpar, con el resto de los sentidos, todo lo que hay en el cementerio; siempre al cuidado de alguno de los integrantes de Quito Post Mortem.
«En el momento en que las personas están sin la visión, se logra que los otros sentidos se pongan más alerta», dice Ortega, en entrevista con RT. Señala que «pueden tocar cualquier cosa, desde los ataúdes que han sido recién exhumados, huesos, las rosas, agua podrida de los floreros, están expuestos a todo eso», y ese es precisamente el objetivo del tour —sigue— «de que la gente tome en cuenta esos pequeños detalles, observen que el cementerio no es solo un nicho, lo componen un montón de elementos que nosotros, de una u otra manera, lo estamos dando a conocer».
Insiste en que a ciegas «el visitante se inmiscuye más en el ambiente» y lo que busca Quito Post Mortem con este recorrido es que «las personas generen su propia experiencia, romper con el turismo tradicional en el que un guía se para delante y empieza a decir todo lo que sabe de memoria».
«Aquí la gente es la que genera su propio conocimiento del lugar, su propia impresión, en base, incluso, a sus conocimientos previos, a su cultura y a su concepción, también, de la muerte», menciona. Además, según lo que han observado en los recorridos, «mientras van a ciegas, las personas van pensando y meditando«.
«Sentía que me quedaba sola»
El recorrido avanzó por distintas partes del cementerio. Los ayudantes de Quito Post Mortem advertían, con un susurro en el oído, de escaleras o cambiaban el rumbo de los visitantes cuando estaban ante un obstáculo. La condición para permanecer, como se advirtió antes, era tomarse con seriedad el tour y nunca quitarse la venda.
«A veces tenía ganas de quitarme la venda, porque tenía mucho miedo y también mucha intriga de saber dónde estaba», dice Dayana Cajo, una de las participantes.
Esas ganas no las pudo aguantar Nathy Andrade, quien quitó la venda de sus ojos en dos ocasiones, no hubo una tercera porque fue advertida de ser expulsada. «Había ciertos momentos en los que sentía que me quedaba sola, realmente eso me aterrorizaba», explica la mujer, que añade que también tenía «la sensación de caer».
El único lugar donde se le permitió a los visitantes quitarse la venda fue en un nicho subterráneo, que estaba totalmente a oscuras y se podía escuchar el clamor de niños.
Entrar a un nicho
En algunas de las paradas, los asistentes fueron interrogados. Algunas de las preguntas incluyeron: ¿Qué harías por el ser que más quieres? ¿Qué has hecho en vida para ser recordado al morir?
«Nos hicieron reflexionar mucho sobre la muerte, sobre las personas a las que amamos que aún viven, sobre sí hemos hecho lo necesario por ellos o si les hemos dicho suficientemente cuanto los queremos», menciona Cajo.
El momento cúlmine del recorrido fue cuando los participantes fueron invitados, aún con los ojos vendados, a ingresar gateando a uno de los nichos vacíos.
«Iba tocando las paredes, pero se me hizo largo, pensé que no tenía fin o que debía salir por otro lado, hasta que choqué con la pared del frente», comentó Yeizon Figueira, otro de los visitantes.
Andrade, por su parte, dice que cuando estuvo palpando la pared se dio cuenta de qué se trataba y decidió no ingresar. «Pensé que era como llamar a la muerte o algo así, entonces no entré», dice.
«En el momento en que entran al nicho, al estar en cuatro paredes un poco estrechas, tienen esa oportunidad de poder sentir, aunque suene extraño, lo que tal vez podría pasar un muerto«, explica Ortega y señala que la idea también es llevarlos a pensar: «Mis familiares están afuera y yo no puedo hacer nada más».
Dije «cruz» en mitad del camino
El recorrido terminó en la parte alta del cementerio, donde está una gran cruz y desde donde se puede ver gran parte del camposanto. Los organizadores dieron a los asistentes un trago de ‘canelazo’, bebida caliente muy consumida en Quito, que ayudó a paliar el frío que hacía en el lugar.
Pero esa noche, Yenny Lauer, otra de las participantes, no pudo completar la visita. «Dije ‘cruz’ en mitad del camino», la palabra clave para pedir auxilio a los organizadores.
«Me sentí mareada y tuvieron que ayudarme los chicos a sentarme, no sé que pasó, sentí calor en todo mi cuerpo e iba a vomitar», explica la joven.
Los caídos en la Batalla de Pichincha
Quito Post Mortem, cuenta Ortega, nació en febrero de 2016, como su proyecto de grado universitario en el Universidad Central del Ecuador (UCE), donde estudió la carrera de Turismo Histórico Cultural.
Con esta iniciativa, el grupo se convirtió en el pionero en explotar el necroturismo en Ecuador, donde a partir de su experiencia han aumentado las investigaciones al respecto.
Aclara que el tour no busca «caer en el concepto del terror a la muerte y que el cementerio es el peor lugar en el que puedes estar», sino una reflexión sobre el tema.
Escogieron el El Tejar por su valor histórico para Quito. «Fue el primer cementerio público de la ciudad, a este lugar llegaron los convalecientes de la Batalla de Pichincha [lucha que selló la definitiva independencia del territorio que hoy es Ecuador, librada el 24 de mayo de 1822], y muchas de las personas que estuvieron ahí murieron y fueron enterrados aquí», explica Ortega.
Además, este lugar «dio el ejemplo de lo que era el modelo de cementerio público» y alberga, entre otros, los restos del prócer independentista quiteño Eugenio Espejo.
«El Tejar no es un cementerio típico«, dice Ortega y añade que «es un camposanto en el que se puede observar, incluso, que la muerte tiene sus estratos», por ejemplo, el lugar por donde se hace el recorrido es la parte más antigua y alberga restos de «personas que tenían dinero»; mientras, donde termina la visita, en la parte alta, solo hay cruces sobre el terreno, un sector al que denominaron «las cruces de los olvidados», donde han sido enterrados ciudadanos de «bajos recursos económicos» y aún hoy entierran a indigentes.
Una basílica y una antigua cárcel
Ortega detalla que el recorrido por el cementerio lo ofrecen una o dos veces al mes. Asisten entre 50 y 100 personas por noche, en diferentes turnos. «No hacemos algo tan masivo, precisamente porque la experiencia en más personalizada».
Además de este tour, Quito Post Mortem ofrece una visita nocturna a la Basílica del Voto Nacional y al expenal García Moreno, ubicados también en el Centro Histórico de Quito.
En el caso de la Basílica, cuenta que no le vendan los ojos a los visitantes, sino que aprovechan la oscuridad y el juego de luces que ofrece el lugar: «Es una visita un poquito larga, porque van por el Panteón de los Jefes de Estado, que no está abierto al público, la iglesia, pasan por las catacumbas, después van a las torres, donde tienen una excelente vista de la ciudad».
Mientras que en el expenal, tratan de mostrar las vivencias, torturas y situaciones penosas que pasaron los reos que estuvieron en el lugar, que acogió, entre otros a Pedro Alonso López, alias ‘el monstruo de los andes’, acusado de violar y asesinar a unas 300 niñas de Colombia, Ecuador y Perú; Daniel Camargo Barbosa, conocido como ‘la bestia de los Manglares’, quien presuntamente mató a 150 personas; o al expresidente (1897-1901 y 1906-1911) de Ecuador, Eloy Alfaro.
Edgar Romero G.