Cultura
Soñé un azul
Decir “gracias” sería tanto como dar por justas vuestras palabras, más que vuestras palabras, vuestra presencia, vuestro calor, vuestro homenaje sincero y auténtico.
EL LORQUINO 22/11/2015 | Decir “gracias”, para ser del todo leal y noble, sería tanto como saberme aquello que no soy y alejarme de la humildad, algo muy mío desde aquel 18 de julio en que vine al mundo, que no a la vida.
Sin embargo, es el momento preciso para el agradecimiento profundo y emocionado.
Gracias, en primer lugar, a la madre por parirme en esta tierra, por hacerme persona, que no gente, y porque fue ella, Juana la del Moreno, mi primera lectura. Asomado a sus ojos me sentía el rey del universo. Junto a ella, el pequeño Joseico fue descubriendo que para entender la vida tenía que explicársela y observar todo bajo la atenta mirada de aquel niño que aún hoy en mi soledad me acompaña y juega conmigo.
Un azogue. Un bullebulle. Un escarabajeo constante de la sangre, un incontenible afán de vivir, de ser y de existir, que es una de las condiciones más hermosas de la humana naturaleza, convirtieron a Castillo-Navarro en escritor. Urgía desdoblarme, oírme, buscarme, rechazarme y pelearme, dolor y gozo entremezclado.
Gracias a Lorca, mi TIERRA, mi pan de cada día, a la que dediqué Con la lengua fuera, donde el agua, subastada en Los Alporchones, era fuente de vida y de muerte, que a la larga obliga a los hombres a encontrarse a sí mismos. Como decía Manuel, la tierra es lo que más me importa.
Vox populi, vox Dei. Es entonces cuando Castillo-Navarro se rebela y emociona con la ruina del hombre con un dramatismo que a veces hiere, a veces sacude. Un hombre puede vivir así un año, diez o veinte, pero un día se cansa, se revuelve y muerde. Muerde sin fijarse, sin darse cuenta, sin parar en nada; siente el impulso y ha de continuarlo.
Y porque el hombre viene a la tierra a algo más que a realizar un determinado número de cosas; porque el hombre, ciertamente, es feliz cuando ansía grandes obras, pero sólo es dichoso, en plenitud, cuando espera tranquilamente, a la puerta de su casa, ver aparecer la primera estrella en el firmamento; cuando por parecer, diríase que todo, el cielo, la mar, la tierra, incluso el mismo aire espera fantasearse con la única luz que facilita los sueños, que no es otra que la luz ligera, sutil, mágicamente azulada de la noche, Castillo-Navarro se ensimisma mirando hacia lo alto y sueña. Saciar la sed es fácil; con el agua. Saciar el hambre, igualmente fácil, con el pan. Pero los sueños, dígase lo que se quiera, sólo pueden satisfacerse con sueños de más difícil, más imposible realización. Y soñé. Soñé un azul distinto, azul María, azul Nuestra Señora. Gracias al azul, Joseico volvió a madrear. ¿Acaso hay algo más hermoso para el hombre? Madrear, despenando la pena, chica o grande, en el interior, junto al corazón, que es donde vive el alma, pues no siempre se realiza el sueño en el instante en que sería deseable.
Finalmente, a Dios gracias y gracias a la vejez. Como aprendí de mi madre todo el mundo quiere llegar a viejo, y en llegando nadie quiere serlo. Y yo añado Bendita vejez. Bendita vejez y bendito campo de Lorca, donde he saboreado la vida, donde he desmenuzado el tiempo con la punta de mis dedos, y donde, a partir de ahora, enterraré aquello de Nunca fui profeta en mi tierra.
Hoy, a voz en grito, mas sólo hoy: Por Lorca, para Lorca y con Lorca.
José María Castillo-Navarro
Escritor lorquino