Historia y patrimonio
SERAFIN MARTINEZ MORENO – EL REDOBLE DE UN TAMBOR
En homenaje al historiador lorquino José Luis Alonso Viñegla, fallecido con tan solo 58 años por una grave enfermedad en el año 2012. AVISO LEGAL: El relato que se reproduce a continuación se encuentra bajo derechos reservados de Copyright del autor, y bajo la autorización expresa de la familia del escritor de ser reproducidos en esta web de Periódico El Lorquino. Por lo tanto queda prohibida cualquier otra copia sin dicha autorización.
Año de 1979. El Presidente de la Archicofradía de la Virgen del Rosario, Paso Blanco, anda obsesionado con una idea que le ronda la cabeza desde que alcanzó la más alta magistratura a la que puede aspirar un lorquino : renovar la cofradía, darle aires nuevos, incorporar la juventud a los Desfiles Bíblico Pasionales.
Hacer algo renovador y distinto dentro de la ortoxia blanca. La Semana Santa de Lorca necesita un revulsivo. Algo que la eleve de nuevo a las estrellas, respetando la tradición pero con innovaciones en las que todo el pueblo pueda participar. Don Luis Mora Parra cuenta con un nuevo Director de la banda de cornetas y tambores, la que siempre acompaña a los armaos cuando con el estandarte guión salen a las calles de la ciudad, a cumplir el ritual de la recogida de banderas.
Una tarde, Manuel Martinez Moreno, le dijo a su presidente:
– Don Luis, he pensado en algo que puede ser revolucionario, y que puede dinamizar la procesión, al mismo tiempo que le aportará personalidad, y fuerza. Eso que usted tanto busca.
– No me asustes, Manolo, y dime de qué se trata, que si nos sale mal los nuestros nos cuelgan, y los azules van a tener risión para rato.
Manuel adoptó aire misterioso y ensimismado:
– ¿Se imagina que la gente supiera que los blancos están en la calle aunque todavía no los vean?
El mandatario le miró a los ojos sosteniéndole la mirada, un tanto escéptico:
– ¿Y como…?
– Con la Banda Romana.
– ¿Con los armaos? ¡Déjate de intrigas que me estás poniendo nervioso!
– La clave es sencilla: solo tenemos que adaptar el himno del Paso, » El tres», a las notas de las cornetas, precedido de un gran redoble de tambor. Ese redoble será el inicio de la apoteosis. El anuncio de nuestra llegada. Cuando ceda el redoble las cornetas estallarán de alegría al toque del “Tres” a ritmo de paso ordinario.
Al Señor Mora, como buen procesionista, le pareció que aquella idea podía ser el impulso que necesitaba la cofradía, aletargada por la rutina y la continuidad de las costumbres. Se rascó la cabeza, cabeceó ligeramente de derecha a izquierda, y luego se decidió:
– Pues te queda un mes. Tendréis que trabajar duro.
– ¿Entonces cuento con su permiso?
– Si hijo, si. Y que Dios nos pille confesadicos…
Se corrió la voz, dentro del máximo sigilo para que los azules no se enteraran. El entusiasmo llegó hasta un chicuelo de diez años, con cara de pillo y ojos traviesos, de nombre Serafín,( como los querubines musicales que pintaba Murillo en sus cuadros), hermano menor del rector de la batuta, que se apresuró a presentarse a la selección, a pesar de la reticencia de Manuel, que lo veía demasiado pequeño para misión de tanta envergadura: temeroso de que aquella aventura pudiera acabar en fiasco.
Pero el chico no se amilanó, no pudieron hacer mella en su ilusión las vaguedades de su hermano cuando sacaba el tema, ni los consejos de sus padres, que deseaban evitarle un mal momento.
Porque Serafín además de avispado e inteligente era música pura. Ritmo. Candencia.Sonido.
Nieto de Huertas “La Turronera”, una azul de armas tomar. Mira por donde los vientos de Lorca que son imprevisibles le devolvieron herederos Sanjuanistas.
La madre regentaba una droguería en la Placica Nueva, junto al bar Gallístico, toda una institución social en la Ramblilla de San Lázaro, donde todos los jueves de aquella década de los setenta se celebraba el mercadillo semanal de los jueves, de herencia musulmana, y con fueros concedidos por el Rey de Castilla, Juan II, en las postrimerías del año de 1442, Siglo XV, cuando Lorca alcanzó el título de ciudad.
Con seis años acompañaba el Viernes Santo con su tamborcito la carroza del Rey de Babilonia, Naduconosor, jalonado de zigurats y leones alados, anunciando la llegada del Emperador que destruyó el templo de Jerusalén y deportó a Nínive a los judios.
El espíritu inquieto de Serafín comenzaba a bullir con la llegada de la primavera y el trajín de los músicos camino de los ensayos, en alguna nave industrial cedida para tal menester, o en cualquier anchurón alejado de los espías franciscanos, que ya se olían que algo gordo se estaba cociendo en la cocina del Paso Blanco.
Asistía a las pruebas con el corazón abierto, todo ojos y oídos, todo sensibilidad, todo amor por sus colores.Queriendo aprender. Sorber el pentagrama.
Eran otros tiempos. La familia de Serafin no podía costearle un tambor de verdad, así que el padre se las ingenió para construirle con un bote grande de detergente, un remedo, para que pudiera salir con él en la Procesión de Papel, el Día de La Cruz.
La verdad es que Serafín quería ingresar en la Banda Romana, en la de los mayores.
Las trabas eran numerosas: la oposición de su familia, un tambor de profesional, la edad, y la estatura.
El padre de uno de los compañeros de Serafín, Gonzalo, comprendió el afán del chaval, y compró un tambor nuevo para su hijo, y cedió el viejo a Serafín.
¡ No se lo podía creer ¡, ¿ un sesenta cuerdas para el solo ¡, ¡ y como sonaba ¡
A fuerza de acudir a las concentraciones su menuda figura se hizo familiar, y como llevaba su propio instrumento, en algunas ocasiones su hermano le brindaba la oportunidad de tocar con ellos.
El crio tenía fuerza y entusiasmo, y estaba claro que estaba ungido por el duende de la música, y poco a poco se fue haciendo un hueco, hasta que los demás miembros de la agrupación le sugirieron al Director que permitiera la inclusión de Serafín.
– Escucha Serafín, este proyecto es muy importante, ya sabes que estamos intentando adaptar las notas del “Tres” a las cornetas. Pero… no se, falta algo que emocione, que rompa la monotonía. ¿Tu que podrías aportar?
Serafín cogió su tambor y comenzó a improvisar un redoble que con el tiempo se convertiría en el símbolo acústico de la Cofradía, en heraldo del Paso Blanco, en mensajero del águila de San Juan con un rosario entre las garras.
La glorieta de Santo Domingo retumbó ampliando los ecos de aquellos sonidos agitados y huracanados.
El redoble inició una subida vertiginosa avisando de la buena nueva, escalando la torre de campanario, extendiendose por encima de los tejados grises de aquella Lorca que todavia soñaba con las hazañas de los guerreros medievales que le habían dado justa fama a lo largo de la historia en la frontera con el reino nasrí de Granada.
Aquello sonaba como un toque de guerra, como un aviso de batalla, la llamada a los caballeros para el combate.
Serafín se había ganado el puesto.
Siguieron las pruebas y los sobresaltos, las cornetas ya habían adquirido la armonía necesaria, y un Viernes de Dolores, frente a la Capilla que la Virgen de la Amargura tiene en la iglesia convento de Santo Domingo, se estrenó la marcha.
Aquello fue la locura. El redoble del tambor avisando de la llegada inminente de los blancos sonó a gloria. Una explosión de vitalidad. De amor por Lorca.
¿Quién era el causante de todo aquel alboroto? Las gentes se arremolinaban para ver pasar, a un niño embutido en un traje de romano adulto, con las hombreras acolchadas con toallas y sujetas por cientos de alfileres, con las mangas de los leotardos arremangadas, con una coraza que le llegaba hasta las rodillas, y las faldillas casi arrastrando el suelo, que calzaba unas botas del Nº 39 con las punteras ahítas de algodones, y un casco tan grande que le bailaba en la cabeza, dejando ver un flequillo azabache rebelde y contestatario.
Pero eso no importaba cuando Serafín indicaba a sus compinches, “ Los Chillones”, “ El Casillas”, “ El Puo”, “ Colombo”, “ El Cuqui” y a los legionarios de las lanzas y los escudos, los gitanos de la falda del castillo, el inmediato toque del himno del paso.
La Corredera hervía y se arremolinaba, nadie sabía de dónde venía aquel estruendo maravilloso que hacía saltar los corazones en cabriolas de fantasía.
Y de nuevo el redoble mágico de Serafín elevándose a la estrellas, invadiendo los sentidos, atenazando las gargantas.
-¡¡¡ Psss pss que viene que viene, psss…pss que viene que viene!!!
Gritaba la gente alborozada, y cómplice, de aquel chiquillo alborotador que tocaba el redoble con la seriedad de un notario, y que vivía para sí intensamente un mar de sensaciones, que le hacían tremendamente feliz, las mariposas revoloteaban por su estómago le producían cosquillas multicolores, los ojos le brillaban de una manera extraña y distinta, irradiando energía.
Una irresistible seducción que consiguió que todos se rindieran ante su labor.
Su padre correteaba preocupado portando en sus manos botellas de agua, mientras su tío Antonio Martinez Pérez de Tudela, limpiaba una y otra vez el segundo par de baquetas de repuesto. Y el “Sopas “ le jaleaba enfervorizado:
-¡ Vamos Serafín, vamos, cojones ¡
El niño flotaba en su mar interior. Solo veía cabezas, bocas sonrientes, miradas incrédulas, estupefacción en los rostros.
-¡ Es un chiquillo, no es más que un zagalico ¡
– ¿Y este zagal ha revolucionado al pueblo?
La vorágine de las sonrisas, se mezcla con los aplausos, con los vivas, con las bendiciones de las madres, con los suspiros de las abuelas, con las pupilas iridiadas de las jovencitas.
Serafín se acuerda de la larga espera, sentado en las frías y sobrias escaleras de mármol blanco de la casa del paso, mientras le observaba desde el techo un águila disecada con las alas desplegadas. El símbolo de la cofradía.
Ahora sabía que había cumplido su sueño
Redacción: José Luis Alonso Viñegla.- GENTE DE LORCA. | Periódico EL LORQUINO.