Cultura
Cuando Granada se rindió. El fin de un reino.
Un hombre desolado, acompañado de todo su séquito, su familia y sus escasas pertenencias sube un pequeño cerro en las proximidades de Granada, se giró hacia su vieja ciudad y observó la fortaleza roja por última vez, vertiendo lágrimas de dolor y desconsuelo, golpeando el suelo con rabia, arrancando la hierba de la tierra y maldiciendo su suerte.
«Llora como una mujer lo que no supiste defender como un hombre»Cuenta una famosa leyenda que esas palabras surgieron de los labios de la sultana Aixa, increpando a su hijo por haber entregado su reino; el último atisbo de la extinta Al-Ándalus. Abu Abd-Alah, al que los cristianos “bautizaron” con el nombre de Boabdil el Chico, entregó las llaves de la Alhambra un 2 de enero de 1492.
En el siglo VIII los musulmanes entraron en la Península Ibérica con la intención de quedarse. Y lo hicieron; pues durante casi 800 años permanecieron aquí, formando su nuevo reino y trayendo sus avances y sus saberes. Y es que no seríamos lo que somos si eso no hubiera ocurrido.
Desde nuestros números, hasta muchos de los términos y palabras usadas por nosotros cada día, son la clara herencia de una provechosa ocupación. Pero más al norte, surgieron varios reinos sobre las ruinas del moribundo mundo visigodo y comenzó una reconquista cristiana que iniciaría unos siete siglos de luchas y convivencias, pues no todo fue guerra.
Estos reinos fueron sufriendo cambios, creciendo y arrebatando tierra a Al-Ándalus, y uniéndose hasta dar resultado a las Coronas de Castilla y Aragón, que convivieron junto al Reino Nazarí de Granada, hasta que los Reyes Católicos decidieron que era hora de apoderarse de esa parte hereje de la península, comenzando la Guerra de Granada en 1842; una fase final que duraría casi diez años (Y es que tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando).
Mucha leyenda se fraguó sobre la fortaleza roja y sus ocupantes, mucho se escribió sobre aquella rendición que ya no tenía remisión. Los últimos andalusíes habían tomado esa decisión y prefirieron dejar aquella tierra que había dejado de pertenecerles; un reino que llegaba hasta nuestra propia puerta y servíamos de frontera ante aquel último bastión de resistencia musulmana.
Lorca y todas sus inmediaciones y pueblos serían fundamentales en esa última fase de reconquista.
Éramos el umbral que daba a ese otro mundo tan cercano y tan distinto (o quizá no tanto como creemos). Boabdil, llamado el Chico, no volvería a beber de las aguas del Darro, no se relajaría por los simpares jardines de su palacio, la Alhambra, y no volvería a pisar la tierra que le vio nacer.
Desde aquella montaña, camino de su refugio en las Alpujarras, dicen que no pudo reprimirse más; hablan de que le dio igual su renombre y su fama, pues había sido el pobre hombre que tuvo que sufrir esa derrota. Boabdil el Desdichado. Por mucho que queramos mantenernos ajenos a esta ocupación, viéndolo como algo malo, ellos forman parte de nuestra identidad. Por nuestras venas corre una sangre tan mezclada que podemos llamarnos dichosos. Somos una raza mejor que surgió de los mejores.
Cristiano, musulmán o judío poco importa, pues tenemos la mayor herencia de toda Europa y hay que dar gracias por ello. Una cultura única y envidiada por muchos, gracias a esa diversidad que hubo durante aquella Edad Media ibérica.
Redacción: Fernando Cabrera. Periódico El Lorquino.