Cine
Paco Martínez Soria. Leyenda del humor
Fernando Cabrera. Periódico EL LORQUINO. 25/02/2016
Estamos acostumbrados a que el cine español sea de todo menos familiar. Al menos la mayor parte, porque, por otra lado, cuántas películas nos quedaremos sin llegar a conocer. Hollywood lo eclipsa todo, y eso que desde hace años no hacen nada realmente bueno y original. Atrás quedaron aquellos años de oro en que todo el mundo iba a ver aquellas comedias con las que todos reían. Y sí, eran tiempos duros, de represión y dudas, ¿y qué mejor que el humor para poder vivir con una mente más tranquila y sana? Hubo decenas de maestros en nuestro país, pero Paco Martínez Soria los eclipsó a todos.
Y cierto sería decir que era extraño cómo un personaje tan serio y metódico como este pedazo de actor pudo hacernos reír tanto. No sabía ni contar un chiste y siempre tuvo cierto apego a la fama. Le gustaba ser llamado don Paco y solía ser un hombre elegante y recto, a pesar de que la imagen más recurrente en nuestra cabeza es la del paleto con boina y chaqueta de pana, perdido en medio de la ciudad, hablando en baturro.
Un papel que en verdad sólo interpretó en cuatro de las más de treinta películas que realizó Pero su maestría era tal, que lograba camuflarse como un camaleón y nos mostraba lo que queríamos ver, consiguiendo unos personajes tan memorables y entrañables que parecían ser él en la vida real. Pero no todo fueron luces para don Paco. Nació en Tarazona (Zaragoza) en 1902, pero pronto emigró por necesidad con su familia a Barcelona. Su padre era policía y él, bien joven, tuvo diversos trabajos en tiendas mientras se dedicaba de forma aficionada al teatro.
Pero esa afición se convertiría en pasión y pronto se vería subido sobre algunas de las tablas más famosas de toda Barcelona, primero, y de toda España, después. Se casaría en 1929 con Consuelo Ramos de cuyo matrimonio vendrían al mundo cuatro hijos: Consuelo, Eugenia, Natividad y Francisco, su único hijo varón y que se haría sacerdote; algo que en un principio no gustó nada al actor. En los años treinta intervendría en sus primeras películas como extra. Durante la guerra, Martínez Soria perdió su trabajo como comercial, por lo que tuvo que dedicarse al teatro con afán para poder sacar adelante a su familia. La posguerra sería dura para el teatro, y Paco y su familia pasaron muchas penurias durante los años 40 hasta que a mediados de esa década se convirtió en un actor muy aclamado y en una figura esencial del teatro español.
Pronto, en 1950, entablaría relación con el conocido teatro Talía de Barcelona, convirtiéndose en copropietario de éste. Cinco años después cumpliría su sueño, tener su propio teatro, comprando la parte de su socio. Pero éste sería reformado íntegramente hasta convertirse en una moderna sala, incluso con aire acondicionado, allá por 1960.
Y los 60 años de vida había pasado ya cuando el cine le lanzó a un estrellato que no había imaginado. No todo el mundo podía verle en el teatro, pero el cine era mucho más accesible. De la mano del director Pedro Lazaga fue con quien más películas hizo, aunque también estuvieron el reciente ganador del Goya de Honor, Mariano Ozores, y José Luis Sáenz de Heredia. Con Lazaga saltó a la nombrada fama con La ciudad no es para mí (1965). Película en la que veríamos por primera vez su interpretación del hombre de pueblo, tan sencillo y bruto como bueno. A ésta le seguirían otras tantas que llenarían durante una década y media las salas de cine; siendo algunas de las más conocidas: ¿Qué hacemos con los hijos? (1967), El turismo es un gran invento (1968), Abuelo Made in Spain (1969), Don erre que erre (1969), Vaya par de gemelos (1978), Es peligroso casarse a los 60 (1980) y La tía de Carlos (1981). La tía de Carlos sería su última película, pues un 26 de febrero de 1982 moría de un infarto de miocardio en Madrid. Sería trasladado a Cabrera del Mar (Barcelona), donde residía, y sería enterrado allí. Aragonés de nacimiento, aunque la mayor parte de su vida la pasó en Cataluña, siempre tuvo especial cariño por su pueblo (Tarazona) y fue un embajador sin igual de aquellas tierras. Quizá fuera su capacidad para gesticular, sus miradas, su forma de hablar o esa sonrisa tan grande que siempre le caracterizó, lo que hizo que nos cayera tan bien. Incluso 34 años después de su muerte, seguro que no hay película suya que pongan, y que no nos quedemos a verla aunque sólo sea un rato.
Porque su cine no sería de Oscar, ni de Goya, pero cumplía su función y la sigue cumpliendo: entretener y divertir como pocos lo sabían hacer. Y es que don Paco fue muy grande; tan grande que hasta los monstruos del cine, como lo fueron José Luis López Vázquez, Antonio Ozores, Rafael López Somoza, Florinda Chico, María Isbert, José Sacristán, Rafaela Aparicio o Manuel Alexandre, hicieron de inolvidables secundarios en sus películas. Ahora pocos de aquellos quedan, pero los que todavía viven, como Sacristán, siempre le han defendido como un hombre serio y estricto, pero también cordial y generoso.