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Las grandes batallas entre escritores

Cultura

Las grandes batallas entre escritores

Fernando Cabrera. Periódico EL LORQUINO. 10/03/2016 

Aquel que diga que el mundo de las letras es aburrido y que no tiene emoción, es porque no sabe lo que dice. Si dentro de un libro uno encuentra emociones sin igual, fuera ya ni te cuento.

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¿Quién imaginaría la mala baba que se podían gastar algunos de los más famosos escritores de la historia de la literatura universal? Algunos como Hemingway despertaban la antipatía de “compañeros” como William Faulkner, Truman Capote o Nabokov; Roberto Bolaño parecía odiar a todos los escritores latinoamericanos y lo de Charles Dickens merece pararse un poco, porque parece una mala comedia.

Pues resulta que Dickens y Hans Christian Andersen coincidieron y se hicieron grandes amigos, carteándose durante diez años hasta que Charles Dickens invitó al danés a su casa durante dos semanas. No obstante, aquella convivencia se convirtió en una pesadilla, pues Andersen era un tipo extraño que resultó ser hipocondríaco, neurótico y bastante molesto. El inglés no se atrevía a echarle de su casa y el otro, echándole morro al asunto, alargó su estancia hasta las cinco semanas. Para colmo, cuando Andersen se había marchado, Dickens encontró escrito en un espejo: Hans Andersen durmió en este cuarto durante cinco semanas. Nunca más contestó el inglés una carta del danés. Pero peleas, lo que vienen siendo peleas de verdad, hay tres grandes casos y dos de ellos tienen que ver con grandes de nuestra literatura. Tres casos en que los versos punzantes e hirientes corrieron como (nunca mejor dicho) ríos de tinta, llegando incluso a las manos en ciertos casos.

Éste último es el caso de Vargas Llosa y García Márquez. El colombiano Gabriel García Márquez y el peruano Mario Vargas Llosa fueron grandes amigos en un determinado momento, llegando incluso a vivir juntos en un piso de Barcelona. Resulta que el señor Llosa era “amigo” de muchas otras mujeres a parte de la suya. Patricia Llosa le contó esos devaneos amorosos de su marido a Gabriel, porque había confianza, y éste pensó en que la mejor manera de hacer entrar en razón a Mario era fingir que ella también tenía un amante. El bueno de Gabo (como llamaban a Márquez) se ofreció para el papel de fingido amante, y aquí es donde surgen las dudas y difieren las historias según quien las contara. Una versión era que el colombiano no pudo resistir la tentación y lo que era un teatrillo se convirtió en realidad durante una tarde, y, por otro lado, se cuenta que la esposa (ahora ex-esposa) de Llosa se sintió ofendida por esta propuesta y montó en cólera. Fuera lo que fuera lo sucedido, el caso es que Patricia Llosa se lo contó a Mario y éste… pues imaginad. Pasó el tiempo y Gabriel era ajeno a la boca rota de la señora Llosa.

En un acto protagonizado por Mario como narrador de un documental, donde había muchos de sus amigos, incluido Gabo, el desaparecido colombiano fue a saludar a su amigo con los dos brazos abiertos y una grata sonrisa, pero lo único que se llevó fue un tremendo puñetazo de Vargas Llosa (al grito de: traidor) que le dejó noqueado. La amistad entre ambos terminó de forma tajante y para más inri el carácter de Llosa también cambió radicalmente. Hombre profundamente de izquierdas, dio un giro de 180 grados, posicionándose en contra de todo aquello que defendió. Los dos siguientes casos radican íntegramente en nuestro país, protagonizados por cuatro de los más grandes escritores, no ya de España, sino del mundo.

El primero, siendo año cervantino, era de esperar que se sacara a la luz sus desavenencias con el mítico Lope de Vega. Al igual que Llosa y Márquez, Lope y Cervantes fueron amigos, según parece ser, hasta el año 1602. Muchas teorías se han propuesto para explicar la repentina enemistad que surgió entre ellos, y la más extendida es que Cervantes, antes de escribir su magna obra, tenía un sueño, el de ser un gran dramaturgo, cosa que no era nada fácil, pues el hombre del momento era Lope de Vega y todo lo que no se asemejara al tipo de teatro de éste no era bien recibido por el público.

Puede que la envidia de Cervantes ante la fama de su amigo sacara lo peor de él y las malas palabras no tardaron en llegar. En una carta que Lope envió a un conocido en 1604 ponía: De poetas, no digo: buen siglo es éste. Muchos están en cierne para el año que viene, pero ninguno hay tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a Don Quijote. Es notable el hecho de que cuando se escribió esta carta todavía no se había publicado el Quijote, lo que daba a entender que antes de su publicación circularon algunos manuscritos de la obra. Pero no terminó ahí la cosa y el dramaturgo envió por correo (y encima a portes debidos) a la propia casa del Manco de Lepanto una carta en la que iba escrito un insultante soneto hacia él y su recién estrenado Quijote.

Estando yo en Valladolid, llevaron una carta a mi casa para mí, con un real de porte.

Diéronmela, y venía en ella un soneto malo, desmayado, sin garbo ni agudeza alguna, diciendo mal de Don Quijote; y de lo que me pesó fue del real, y propuse desde entonces de no tomar carta con porte.

Siendo ya enemigos, Miguel de Cervantes y Lope de Vega, además, fueron vecinos en el conocido Barrio de las letras de Madrid, pero otro famoso vecino de estos dos escritores fue Francisco de Quevedo, el siguiente protagonista del último de los enfrentamientos, y quizá el más famoso de todos.

El Siglo de Oro fue una enorme fuente de joyas literarias, pero también de egos ensalzados. Un joven Quevedo, que por cierto tampoco se llevaba bien con su vecino Cervantes, tuvo una larga batalla literaria contra el ya consolidado y veterano Luis de Góngora. A diferencia de los demás, entre estos dos poetas no pareció no haber nunca un encuentro formal.

Todo comenzó cuando Góngora, muy gracioso él, escribió unos desacertados versos sobre el río Esgueva que pasa por Valladolid.

¿Qué lleva el señor Esgueva?
Yo os diré lo que lleva.

Lleva, no patos reales
Ni otro pájaro marino,
Sino el noble palomino
Nacido en nobles pañales;
Colmenas lleva y panales,
Que el río les da posada;
La colmena es vidriada
Y el panal es cera nueva.

El poema (que es más largo) le sentó muy mal a un joven estudiante de teología llamado Francisco de Quevedo que se encontraba estudiando en Valladolid. Y no tardó en responder con su propia medicina al poeta cordobés.

(Fragmento del ataque de Quevedo a Góngora)

Ya que coplas componéis,

ved que dicen los poetas

que, siendo para secretas,

muy públicas las hacéis.

Cólica dicen tenéis,

pues por la boca purgáis;

satírico diz que estáis;

a todos nos dais matraca:

descubierto habéis la caca

con las cacas que cantáis.

A partir de esta respuesta la lumbre de la batalla se había prendido con tal fuerza que la pelea duraría durante el resto de la vida de Góngora, que al ser mayor moriría bastante antes. Tras el primer ataque de Quevedo, llegó otro, que esta vez sí que obtuvo respuesta. Se fueron cruzando escritos venenosos durante tiempo, atacándose en su papel de escritor o en sus vicios personales, como el hecho de que Góngora era bastante amigo del juego.

Esta confrontación empezó a tomar mayores aires cuando sin comerlo ni beberlo, las impertinencias de Quevedo hicieron que entrara en la disputa Lope de Vega, atacando a los culteranos (Movimiento literario cuyo mayor exponente era Góngora), pero sin embargo nunca atacó a Góngora, pues le admiraba; pero no parecía pensar lo mismo el poeta cordobés, pues ofendido escribió unos versos contra Lope de Vega.

Al morir Luis de Góngora, Francisco de Quevedo no que capaz de resistirse y escribir un poema burlesco contra el difunto.

Este que, en negra tumba, rodeado de luces, yace muerto y condenado, vendió el alma y el cuerpo por dinero, y aun muerto es garitero; y allí donde le veis, está sin muelas, pidiendo que le saquen de las velas. Ordenado de quínolas estaba, pues desde prima a nona las rezaba; sacerdote de Venus y de Baco, caca en los versos y en garito Caco. La sotana traía por sota, más que no por clerecía. Hombre en quien la limpieza fue tan poca (no tocando a su cepa), que nunca, que yo sepa, se le cayó la mierda de la boca. Éste a la jerigonza quitó el nombre, pues después que escribió cíclopemente, la llama jerigóngora la gente. Clérigo, al fin, de devoción tan brava, que, en lugar de rezar, brujuleaba; tan hecho a tablajero el mentecato, que hasta su salvación metió a barato. Vivió en la ley del juego, y murió en la del naipe, loco y ciego; y porque su talento conociesen, en lugar de mandar que se dijesen por él misas rezadas, mandó que le dijesen las trocadas. Y si estuviera en penas, imagino, de su tahúr infame desatino, si se lo preguntaran, que deseara más que le sacaran, cargado de tizones y cadenas, del naipe, que de penas. Fuese con Satanás, culto y pelado: ¡mirad si Satanás es desdichado!

Mala leche y mucha genialidad se mezclaron en estas disputas, unas más dignas que otras, pero es curioso ver que rivales de letras y rivales hasta la muerte serían. Unos por disputas de amigos, cuya amistad había muerto, y otros por envidias o maldades que siembran el odio entre personas geniales cuyos escritos pasarían a la historia como únicos.

Redacción de Periódico EL LORQUINO Noticias.

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