Historia y patrimonio
La Odisea del 28 de septiembre de 2012
En el Lorquino hemos recordado los fatídicos hechos que acontecieron en nuestra tierra hace exactamente cinco años. La terrible fuerza traicionera del agua quiso darnos un brutal toque de atención y nos pilló por sorpresa. Una más que desagradable sorpresa.
El mayor pésame que se pueda dar a los familiares de las víctimas es poco, pues la Madre Naturaleza fue terriblemente caprichosa aquel día y, sin que ellos lo supieran, se pusieron en su camino. La desazón y la angustia que se vivieron en esos momentos es casi imposible de explicar; pero quisiéramos poder dar un atisbo de cercanía a aquel día oscuro y terrible, ponernos en la piel de uno de los miles y miles de protagonistas que tuvo aquella historia.
Un protagonista anónimo que sorteó muchas dificultades para poder llegar a su casa y saber que había pasado en su pueblo. Aquella persona trabajaba en el Polígono Saprelorca, su hora de salida eran las 2:30 del mediodía. Ya aquella mañana de viernes había visto un cielo muy negro y amenazante. “Hoy va a haber tormenta”, se dijo. Pero no era nada raro, porque en nuestra tierra no llueve, pero en septiembre y octubre nos viene todo y ya lo sabemos.
En fin… salió de Puerto Lumbreras hacia su trabajo y comenzó el día como algo normal. Serían las doce, más o menos, cuando la ligera lluvia empezó a arreciar de una forma espantosa. El sonido del agua golpeando las placas del techo era ensordecedor.
Apenas podía escuchar su propia voz por encima de aquel escándalo. Pronto empezó a caer agua por todas partes. No se podía detener. Llegaron noticias de que por la zona de Almería habían empezado a salir las ramblas. El miedo empezó a asomar las orejas. ¿Tanto era? Quizá no se lo imaginaba aún.
Llegaron las dos y no dejaba de llover. Era como una cascada descomunal cuyo fin no se podía ver. Los teléfonos no funcionaban y no podía saber nada de su casa. Llegaron las 2:30 y subió rápido a su coche, pero al ir a coger la autovía, se dio cuenta de la enorme cola que se perdía a lo lejos. Se detuvo y un guardia civil le dijo que se diera la
vuelta y que se resguardara en algún lugar hasta que pasara. El puente se había caído y no se podía ir a Puerto Lumbreras.
Como imaginaréis, el miedo de esta persona fue creciendo hasta hacerse insostenible, y no ya sólo el miedo por lo que le pudiera pasar a él, sino por lo que le podía estar pasando a su familia, con los que no podía contactar. No sabía que pasaba más allá de un par de metros de él. Tenía que ir a Puerto Lumbreras cómo fuera.
Y así lo hizo. Se decidió por avanzar hasta Lorca y dirigirse hacia Águilas para, desde allí, ir hacia el Puerto. Quizá fue la suerte lo que le impidió hacer tal locura, pues lógicamente toda aquella agua bajaba hacia esas tierras por las que pretendía llegar a su pueblo, pero el miedo y la falta de información le hicieron pensar en aquella idea que no pudo realizar.
Se encontró parado frente al túnel, en dirección a Murcia, junto con otros cientos de vehículos. Gente que intentaba llamar a sus familiares y que no conseguían ponerse en contacto. La duda y el miedo flotaban como un maldito fantasma. Se abrió el túnel. Eran las 4:45 y habían pasado más de dos horas desde que salió del trabajo.
No sabía de su familia ni había comido, pero no pensaba en la comida; pensaba en llegar a su casa. Tras abrirse el túnel, intentó entrar de nuevo a Lorca para continuar con aquella locura de idea de dirigirse a Águilas, pero la cola era tan larga y lenta, un señor embotellamiento que no avanzaba hacia ninguna parte, que se tuvo que detener a un lado para tranquilizarse. Preguntó a un guardia civil si se podía ir por Águilas, pero éste le dijo que era imposible, que se quedara en Lorca. “No puedo quedarme en Lorca”.
Enfiló, pues, hacia la rotonda de la carretera de Caravaca y allí volvió a preguntar a un agente que daba paso. “¿Se puede ir a Caravaca?” “Sí, no hay nada raro para ir allí”contestó el guardia. Así que siguió hacia aquella ciudad, como último recurso desesperado. Empezaba de nuevo a llover, y mientras más subía, más agua caía. Se encontró a muy poco de Caravaca a las seis de la tarde. Con miedo, dudas y hambre. Se desvió hacia la Puebla de don Fadrique.
Ya no llovía. Poco después, cuando los pequeños rayos de sol querían escapar de su prisión de nubes, tomó otro desvío hacia Topares. Siguió por carreteras en mal estado, cubiertas de piedras y barro que se habían cruzado por la fuerza del agua, atravesó la sierra hasta que llegó a María. Ahí empezó a respirar con calma. Se veía el sol y recibió llamadas. Se pudo enterar de que estaban bien, pero que había sido una catástrofe. No se detuvo más y continuó su camino hacia Puerto Lumbreras, pasando por Vélez Blanco y Vélez Rubio.
Tenía miedo de encontrar una larga cola en la autovía, pero por suerte para él no fue así. Entró al pueblo por la carretera antigua, bordeando la traicionera rambla que una vez más había dicho: “Aquí estoy yo”. Llegó a su casa, ya de noche, y pudo comprobar que todo estaba bien. ¿Todo? Aquella mañana se dirigió a las dos grandes ramblas del pueblo. Tenía que ver si había sido mucho. Jamás se hubiera imaginado que el agua pudiera ser tan terrible. Campos arrasados, animales muertos, muros arrancados, rocas gigantescas que fueron arrastradas como si nada…
Cambió la estética de un plumazo. Aquello era espantoso, aunque jamás sería tan espantoso como la idea de que el agua se llevó vidas sin dar previo aviso. Un mal con el que estamos condenados a vivir y que intentamos refrenar, pero la Naturaleza es muy fuerte. Es quien nos rige y, por desgracia, quien nos juzga.
Hace cinco años que ocurrió. Cinco años en que el miedo nos hizo más fuertes.