Historia y patrimonio
El lorquino que salvó a la Reina Isabel y a la Cristiandad
El veinte y siete de Mayo del año de la cruz de mil cuatrocientos ochenta y nueve, las murallas y torreones de la ciudad de Baza quedaban a la vista del ejército real, que venía desde Lorca con doscientos caballos y mil peones.
Comenzó el asedio. El Alférez del Rey, Gutierre Cárdenas con dos mil jinetes, cinco mil infantes, y cuatro mil hombres de procedencia diversa, elches o renegados, muladíes, mozárabes, alhaqueques, golfines y otras gentes de la frontera, arrasó la vega, taló las arboledas y los huertos de árboles frutales, robó los ganados e hizo numerosos cautivos, y con la madera obtenida construyó poderosas maquinas de guerra.
El ra,is de Baza contemplaba consternado desde las almenas de la alcazaba los movimientos de las tropas y el emplazamiento de su campamento. Trémulo paseó la mirada por la ciudad y sopesó la posibilidad que su fuerte muro resistiera los envites de las espigardas, esas armas poderosas que escupían bolas de hierro entre nubes de humo, fuego y un ruido atronador, que provocaba el espanto más desesperado en sus soldados.
Distinguió el silencio de sus cuatro puertas ahora cerradas y custodiadas por los guerreros.
La almedina ausente de su bullicio habitual, donde en tiempos de paz los comerciantes ofrecían sedas de vivos colores, tejidos e hilaturas,y los cambistas trocaban las doblas castellanas por los dirhems nazaritas, y los habitantes de las almunias vendían a voz en grito la miel de sus colmenas, mientras los campesinos exhibían los frutos de sus huertos.
Desparramó la visión por los jardines, donde el agua llegaba desde los surtidores y las albercas, que se alimentaban de las numerosas fuentes que brotaban al amparo de los arroyos que rodeaban a la ciudad.
El invierno ya había pasado, largo, frío, seco y con terribles heladas y nieve en las montañas. Pero a pesar de la llegada de la primavera, el corazón de los bastetanos estaba congelado por el temor y la tristeza.
El Wali de Baza había pedido auxilio a Granada, pero esta no llegaba. Solo se oían confusas noticias sobre los enfrentamientos entre el Rey Boabdil y su tío El Zagal, ruido de los sables de los abencerrajes, y los lamentos de los granadinos que imploraban el socorro del Sultan de Turquía.
Boabdil, al que llamaban “ El Chico” vivía en la jaula dorada de la Alhambra, dominado por su madre, acosado por los cortesanos que preferían pactar nuevas treguas con los cristianos antes que luchar, y el pueblo que esperaba un milagro de Allah, mientras miraba impotente y enojado las murallas rojas de la alcazaba.
El tiempo pasó y los días se sucedían, con continuas salidas de los moros de Baza, que pretendían frenar el posado de las tropas castellano-aragonesas, provocando escaramuzas y celadas que los sitiadores rechazaban protagonizando ambos contendientes escenas de valor, sacrificio y heroísmo tintado irremediablemente de sangre, de heridas dolorosas y de muertes violentas.
Los refuerzos prometidos no llegaban, y los defensores de Baza menguaban en número.
Los cristianos veían pasar la primavera y temían el estío con sus calores, llegaron las privaciones y las enfermedades, y muchos volvieron a Lorca.
Hizo su presencia en el real el siete de Noviembre, y aclamada por sus capitanes hizo entrega de su valiosa carga de hombres, armas y víveres. La moral subió en la tropa que se vio recompensada en su esfuerzo.
Era la Reina de Castila, rubia como los trigales, de piel blanca y ojos azules, de carácter esforzado y voluntarioso. Le gustaba recorrer a lomos de su yegua blanca las posiciones del ejército y averiguar donde estaban las defensas de los musulmanes.
Cuentan los juglares y trovadores que una mañana al amanecer, la Reina con una pequeña escolta salió hacia el campo de batalla, y en un lugar llamado “Las Siete Fuentes” fue atacada por sorpresa por un nutrido grupo de moros que le aguardaba sabedores de su costumbre de acercarse a las posiciones de combate para arengar a los soldados.
La rodearon y mataron a sus acompañantes haciéndola prisionera. Cuando ya se disponían gozosos por la captura a volver a Baza, un jinete montando un tordo de hermosas crines, armado con cota de malla, yelmo, escudo triangular, lanza y espada, se abalanzó sobre ellos con tal furia que desarboló a los captores, dejándolos maltrechos y descompuestos, pues nunca habían visto combatir a un guerrero con tanta furia.
Se reagruparon y lo rodearon, pero el cristiano se revolvió con coraje dado mandobles a diestro y siniestro, asestando una gran cuchillada al moro que guiaba el grupo, y los moros aterrorizados huyeron al galope dejando a la reina en libertad, y el suelo cubierto de cadáveres.
Sujetó las riendas de la yegua de Doña Isabel, y se arrodilló ante ella con humildad. La reina le pregunto por su nombre, y su salvador dijo llamarse Mateo de Alcaraz.
La soberana le hizo alzarse y le llamó “mi adalid”, y volvieron al campamento donde la reina cuidó personalmente de sus heridas. Cuando el Rey Don Fernando supo de este hecho, lo mandó llamar a su tienda y le colmó de privilegios y mercedes, y le armó caballero autorizándole a lucir en su escudo un águila negra rampante en campo de oro, felicitándole por su gesta pues si los moros hubieran capturado a Doña Isabel, se hubiera perdido la guerra con Granada, y las consecuencias habrían sido desastrosas para la Corona y para la cristiandad.
III PARTE Los monarcas le concedieron casa en la ciudad de Lorca, en la parroquia de San Juan, además del señorío de las villas de Sorbas y Lubrin, y el propio Rey de Aragón, le regaló su espada, una bella pieza de doble hoja y puño bruñido de oro donde figuraban grabadas las barras de la corona aragonesa, un jubón carmesí de terciopelo, unas botas de montar con espuelas de plata, y un soberbio alazán negro de raza hispana.
El cuatro de Diciembre del año de Dios de mil cuatrocientos ochenta y nueve, Baza se rindió, y su ra,is Ibn Ghiza se convirtió al cristianismo y fue bautizado en las riberas del río de Baza, adoptando el nombre de Pedro de Granada, y desde entonces pasó a ser el más leal de los capitanes de la Reina de Castilla.
Parece ser que Mateo de Alcaraz era de origen humilde, de oficio carpintero, que no sabía leer ni escribir, y que a la sazón tenía veinte y cinco años cuando se enroló con las mesnadas del Concejo de Lorca para acudir al cerco de Baza, pues su temperamento vivo y su genio le demandaban aventuras, deseoso de emular las gestas que sus paisanos habían protagonizado en el pasado.
Uno de sus descendientes, Bartolomé Cubillo, dejó dicho en un juicio que se celebró en el salón del Concejo de la Ciudad del Sol en el año de mil seiscientos uno, que su abuelo le contó que cuando la reina Isabel atravesó con su hueste el río Guadalentin en su camino hacia Baza, le sorprendió la noche en un lugar próximo a Lorca, y que los exploradores no sabían donde estaban, y que entonces se presentó Mateo de Alcaraz, que había salido de las murallas por el portillo de San Ginés y embridó las riendas del caballo de la reina y les indicó el acceso a la ciudad por una empinada pendiente a la que llamaron desde ese momento, “ La Cuesta de la Reina”.
José Luis Alonso Viñegla. Derechos Reservados. Periódico El Lorquino.