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Santuarios del toro y santuarios de Dios.

Tauromaquia

Santuarios del toro y santuarios de Dios.

Diego Antonio Reinaldos Miñarro. Periódico EL LORQUINO. 10/02/2016

Crónica del viaje del Club Taurino de Lorca a las ganaderías de Miura y Cuadri y a la ciudad de Sevilla (6 y 7 de febrero de 2016).

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Cuenta un mito oriental que Mitra, dios persa cuyo culto se introdujo en el Imperio Romano hacia el siglo I d. C., permaneció prácticamente desde su nacimiento intentando domar a un toro sagrado montado sobre su lomo y agarrado a sus cuernos, acabando finalmente por sacrificarlo por indicación de un cuervo enviado por el Sol, y obteniendo trigo de su columna vertebral y vino de su sangre –en curiosa analogía con el cristianismo–, permitiendo además con su semen bendecido por la Luna la bendición de la Tierra y la procreación de especies beneficiosas para el género humano. En las representaciones iconográficas del sacrificio encontradas en los santuarios mitraicos, Mitra aparece tocado con un gorro frigio, cual torero con montera, y el animal, cual toro bravo, levanta su cabeza con orgullo hacia el dios como tratando de esquivar su destino.

Los pasados días 6 y 7 de febrero, las ganaderías de Miura y Cuadri aparecieron ante los que tuvimos la fortuna de poder visitarlas, como dos de aquellos mitreos de la Antigüedad, dos santuarios del toro, del dios toro al que rinden pleitesía desde su nacimiento los aficionados a la fiesta brava. Y D. Eduardo y D. Antonio Miura, de un lado, y D. Fernando Cuadri, de otro, al modo de sacerdotes del templo, pasan por ser dos de los cultos guardianes de ese culto que hace posible “la Fiesta más culta que existe”, parafraseando a García Lorca.

Desde esta perspectiva, no le quepa duda al lector que las vivencias que vengo relatando forman parte de una experiencia religiosa y mística para un iniciado en este mundillo, más aún si le unimos la visita a un santuario de Dios como es la basílica que custodia al Jesús del Gran Poder en un rosado atardecer sevillano a la sombra de la Giralda y de la Maestranza. El Gran Poder de Jesucristo y el gran poder del toro bravo, que solo puede ser sentido por los hoy considerados locos o trasnochados debido al amor que sienten hacia los que se nos aparecen destinados desde su nacimiento a una misteriosa y salvífica ofrenda sacrificial en el juego entre la vida y la muerte.

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La muerte, y el sufrimiento que la misma conlleva como parte irremediable de la vida, esa que esconde y a la que le vuelve la cara una hipócrita sociedad, y por la que no pueden juzgarse cuatro o cinco años de vida de un toro bravo. Una vida entre bambalinas, con un promedio de 25 hectáreas para cada cabeza, como ya la quisieran otros animales destinados al matadero, que viven confinados al reducido espacio de un corral o una jaula cuyas medidas apenas sobrepasan los límites de su cuerpo.

Animal misterioso donde los haya el toro, más aún si en su piel luce el mítico hierro de la A y la C cruzadas formando el anagrama de D. Antonio Cariga, originario de Miura, pues en este caso al prototipo conocido hay que añadirle las reminiscencias arcaizantes que guarda su morfología agalgada y su cuello largo, así como su diferencial comportamiento, sinónimo de bravura y de aviesas intenciones, forjador de un mito tan acrisolado en nuestra cultura que la palabra miura es de uso común en nuestro devenir cotidiano, apareciendo recogida en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.

Precisamente el misterio y el miedo que envuelven a la ganadería de Miura se apoderan del visitante ya desde el mismo momento en que se cruza bajo el umbral de la finca Zahariche (Lora del Río, Sevilla), flanqueado por dos sobrecogedoras calaveras de toro. Una ganadería a la que don Eduardo y don Antonio Miura siguen imprimiendo –como ya lo hiciera su padre–, la seriedad, el respeto al toro y la austeridad, que ellos mismos practican como filosofía de vida y que pudimos comprobar en la cálida acogida que ambos ganaderos nos brindaron durante la nublada mañana del día 6, pudiendo visitar la mítica plaza de tientas que pisaron en su día figuras de la talla de Pepe Luis Vázquez, amigo íntimo del recordado don Eduardo, y contemplando algunos de los astados que serán lidiados este año en las plazas españolas.

Fue una lección de sobriedad y de respeto a la herencia recibida por los antepasados, que ha permitido el mantenimiento de una misma línea genética sin cruzamientos desde 1842. Una lección que también recibimos de D. Fernando Cuadri cuando en la mañana del día 7 tuvimos ocasión de visitar la finca Comeuñas (Trigueros, Huelva). Muchos antitaurinos o simplemente ignorantes de la vida del toro aprenderían con las sabias palabras salidas de la boca de D. Fernando, quien nos mostró las corridas preparadas para Madrid y Valencia, las labores de movimiento de los toros, los preciosos sementales, portadores genéticos de la ganadería, los becerros y las vacas, o aquellos toros destinados a corridas concurso o a ser corridos por las calles. De él supimos de la existencia del reflejo de Flehmen, ese movimiento de levantamiento del labio superior que algunos mamíferos hacen cuando están en celo con el fin de oler mejor las componentes químicos de la orina que le indican la existencia del celo, facilitando la transferencia de esos componentes al llamado órgano de Jacobson (esto también lo aprendimos), auxiliar del sentido del olfato para la detección de las feromonas. Gracias a él recordamos también el famoso experimento del perro de Pavlov.

De él supimos asimismo cómo se produce el milagro de la vida con el nacimiento de un becerro, buscando la vaca la tranquilidad de la noche y la colina más proclive al alumbramiento del sol, o cómo las condiciones ambientales influyen en el comportamiento de los animales, o cómo ponerle fundas en los pitones para evitar que se los rompan lo considera una falta de respeto al toro, a “su gente” (así también los llamó don Eduardo Miura, como si fuesen de su familia). Algunas anécdotas, como la del becerro que perdió a su madre y fue puesto junto a la compañía de su padre o la de otro becerrito que casi no sale adelante porque su madre pereció en el parto y tuvo que salir adelante con los calostros y a biberón, corroboran de alguna manera esa familiaridad.

Lo cierto es que las palabras de don Fernando estuvieron cargadas de un gran sentido didáctico y demostraron un profundo conocimiento de Zoología y Botánica, Biología, Ciencias Ambientales, Psicología… pero sus palabras traslucían también un hondo sentido de la honestidad que a nadie dejó indiferente. Y todo ello en un verde paisaje salpicado de encinas, carrascas, alcornoques o gamones y coronado por cigüeñas, abejarucos o alcaudones.

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Cuando emprendimos el camino de regreso, muchos pensábamos, y seguimos pensando que habíamos estado en el paraíso, o mejor dicho, y parafraseando el título de la obra de José Luis Benlloch, el paraíso del toro.

Redacción de Periódico EL LORQUINO Noticias.

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